sábado, 31 de octubre de 2009

REFLEXIÓN

REFLEXIÓN ef 6, 10-12 18.
¿A qué hemos venido al seminario?
Sin duda alguna hemos venido a entregar nuestra vida a él como respuesta al llamado que indignamente hemos recibido de parte de Jesucristo, quien nos ha elegido para encomendarnos una misión especifica: Ser administradores de sus misterios.
Pero a lo largo del seguimiento al señor descubrimos que es gracias al auxilio de la oración que nos ayuda a soportar y superar las tentaciones del demonio, a estar alerta, como dice el mismo Jesucristo vigilad y orad para que no caigas en la tentación, que en los momentos de adversidad, dificultad y en todos los baches que se nos presentan a lo largo del camino, nos fortalecemos para que no nos desanimemos, ni decaigamos, ni tiremos la toalla y huyamos cobardemente a la misión que Cristo nos encomienda; está guiada por el auxilio del espíritu santo nos permite una compenetración con Dios tan arraigada que apoyados en la gracia divina, iniciamos un proceso de configuración con Jesucristo Buen Pastor.
San Alfonso María De Ligorio haciendo referencia a la oración decía: “la oración es la elevación del alma y del corazón a Dios, para adorarle, darle gracias y pedirle lo que necesitamos”.
Por otro lado hemos venido a seguir a Cristo porque estamos enamorados de él o nos estamos enamorando de él, por lo cual, consideramos imposible una relación de amor sin ese contacto personal que alimente el amor que nos une, y es allí donde podemos afirmar que la causa primera y fundamental para abandonar esta aventura de amor a la cual Jesús nos ha llamado es precisamente el hecho de perder el hábito de oración, propiciando que le perdamos el sentido a la vocación maravillosa a la que hemos sido llamados.
Cuando perdemos esos encuentros amorosos con Jesús, la manera como vivimos nuestra vocación da un giro de 180° nos aburrimos con facilidad estando en el seminario, no soportamos la vida comunitaria, discutimos con mucha frecuencia con nuestros hermanos, no vivimos de corazón la eucaristía, no oramos la liturgia de las horas, no somos responsable en nuestros deberes académicos, en nuestra acción pastoral no seremos pastores sino ladrónes de ovejas buscando siempre la pelaita más linda para echarle los perros, no cumplimos los mandamientos y no frecuentamos los sacramentos; en definitiva, no vivimos nuestra vocación acorde al llamado recibido, siendo unos vocacionados que reflejamos un testimonio a medias, que muestramos un rostro de Cristo desfigurado y que en vez de impregnar del suave olor de Cristo, como dice san pablo, no sé verdaderamente de que estamos impregnando a nuestros hermanos y a las ovejas que nos han sido confiadas.
La oración es la base que sostiene nuestra vocación, pues si nosotros vivimos plenamente una experiencia constante de Cristo, llevando una espiritualidad sólida, entonces el resto de nuestra formación va a desarrollarse de una manera adecuada: en la vida comunitaria vamos a entender que si ofendemos a nuestro hermano es a Cristo mismo a quien ofendemos, en la vida académica vamos a comprender, como mucho nos ha dicho el padre Daniel, que nuestro sacrificio en el seminario lo realizamos en nuestro altar personal, nuestro escritorio, inmolándonos, entregando nuestra vida: en la parte pastoral no seremos malos pastores que se roben las ovejas encomendadas, sino que contando con la fortaleza de la oración seremos buenos pastores que saben guiar y conducir a su rebaño tal y como Cristo lo hizo.
Hermanos, cuando contamos con la gracia que nos proporciona la oración nuestra formación como verdaderos pastores se va optimizando, propiciando que en los momentos en que aparecen las dificultades nada ni nadie nos podrá hacer daño, pues edificamos y cimentamos nuestra vocación sobre el amado Cristo Jesús quien es la roca firme que nunca permitirá que ni los vientos, ni tormentas, ni tempestades, derrumben nuestra vida y vocación.
Finalmente los invito a dos cosas: 1. A que cada día, como decía San Benito ora et labora, todo lo que pensemos, digamos y hagamos lo convirtamos en una ofrenda permanente a Dios consagrando constantemente toda nuestra vida a Cristo, haciendo de ella una oración permanente agradando a Dios, que en ultima instancia es lo que él quiere. 2. A que contemos diariamente con el auxilio del Espíritu Santo para que tanto nuestro orar como nuestro obrar sean coherentes y agrademos a Dios. Contando finalmente con la santísima Virgen María como modelo perfecto a imitar; ella que en todo momento vivió una comunión perfecta con Dios y siempre agradó al padre con su vida nos ayudará con su gracia a actualizar cada día nuestro Fiat a través de nuestra entrega total a Cristo.

No hay comentarios: